Gracias a Edián Novoa por la amabilidad de invitarme a presentar su nuevo libro, a mis compañeros de mesa, queridos poetas, amigos de hace muchas décadas, Armando Arteaga y Mary Soto, y a ustedes por su presencia.
Siempre se ha visto al Movimiento Kloaka como una agrupación de poetas en asociación con pintores y músicos. Sin embargo, uno de sus miembros fundadores, Edián Novoa, se definió dentro del género de la narrativa, tanto en la novela como en el cuento, y durante muchos años fue conocido como el único narrador de Kloaka. Publicó un libro de cuentos titulado Tampoco, tan poco, en 1990, y terminó la novela La muerte lenta, que los sanmarquinos saben a qué se refiere, el comedor universitario, que aún permanece inédita y a la que dediqué una ponencia en 2005, en el famoso y controvertido Congreso de Narradores Peruanos, que se llevó a cabo en Madrid. Un congreso que fue un parteaguas. Muchos narradores se definieron como criollos, otros como andinos y hubo cruces de insultos y terruqueadas; en fin, no quiero irme por la tangente, pero Edián Novoa tuvo una presencia importante en ese congreso.
Sin embargo, siempre guardó una pasión secreta por la poesía. Finalmente se decidió a publicar dos libros en el año 2020: S/il/vana en tiempos de desamor y No hay tela para tanto muerto. Ambos nos revelaron a un poeta con mucha fuerza y ritmo galopante, cualidades que vuelve a demostrar en su tercera entrega, País milhojas, publicado ahora en Lima por el Grupo Editorial Gato Viejo. Desde el título, Edián nos presenta una visión descarnada del Perú, apelando a la descomposición social agravada por la crisis de la pandemia y, a la vez, la ineptitud de la clase política en su conjunto. Como sabemos, el postre milhojas es sabroso, pero a la vez engañoso. Cuando uno cree que lo está masticando, se deshace en la boca y nos deja la frustración de que nos falta más. Algo parecido nos plantea Novoa con esta metáfora culinaria. Comienza, por ejemplo, diciendo: «¡Ay país! Somos el cachuelo, la pega, la chamba. Vamos haciendo el día, de sencillo en sencillo, el combo, el pasaje. Se construye a pulso en un país milhojas». Los rasgos de este tipo de poesía podrían resumirse en tres: ritmo, léxico y desgarramiento, que tienen igual importancia. Pero, además, los temas apelan a problemáticas universales sin salir del Perú. El poema inicial dice: «Ai Apaec, estoy atado a ti abajo en el inframundo, aquí, en este confinamiento forzoso». El poeta, por lo tanto, se transforma en una especie de Eneas o Dante, un visionario del inframundo —recordarán esos pasajes famosos de la Eneida y la Divina Comedia, para los casos respectivos—, y se ubica, de manera muy concreta, en este infierno milhojas que es el Perú, representado, además, de manera brillante, como ya mencionaba Mary Soto, en el diseño de la carátula del libro.
Pero esa condición frustrada llega a los ribetes de la explotación del cuerpo humano en todas sus circunstancias. El cuerpo se convierte en milhojas, es deshecho por la circunstancia que nos toca vivir, incluyendo la explotación sexual. «Ai Apaec —cito— déjame ver la luz, déjame una instantánea para la posteridad, deja que tu falo me penetre otra vez». Entonces, se van desarrollando los temas, poco a poco, que pasan por estos resquebrajamientos de la unidad del ser, no solamente en tanto país, sino a nivel individual. Como vemos, el cuerpo se resquebraja, es penetrado, es violado, es explotado, es torturado. Y esta condición general infernal, que aparece en los primeros poemas del libro, permea hasta el final, hasta la sección de "Perro Tallán" —de eso voy a hablar en unos minutos–.
Sin embargo, esta condición de muerte —eso es lo interesante del libro— no es cancelatoria. Hay la posibilidad de un renacer. En el mismo Poema 1 dice: «edificios, semen/terios», semen con s. Es decir, no todo es muerte. De la muerte, hay alguna semilla que puede dar una esperanza de renacimiento. Y todo esto se hace a través de un magistral manejo del lenguaje coloquial —en eso coincido plenamente con Mary Soto–. Este es un poeta con calle, un poeta que maneja bien el lenguaje cotidiano, el lenguaje callejero. «País milhojas —dice— Taypikala, no eres el centro del mundo, no estás bajo ningún radar, ni siquiera eres luz de faro en la capital. Estás donde no debes estar, taysita, camaleón entre cerros, en sus cuatro esteras, en un colchón de paja, en una agüita de hierbas, achachau, acacau, atatau», lo que lleva a la experimentación con personajes míticos andinos, como ocurrirá en Pachacamac y Cavillaca, del manuscrito de Huarochirí, donde dice: «País milhojas, Pachacamac, una urna para cada dios vencido, una huaca sombría que se arroje al mar, tus mujeres y tus ofrendas mueren en ti, cárcel dorada para gobernante, y gobernante que se mete un tiro, paraíso fiscal que cura el dolor del deudo, rabia que se muerde la cola, cola que hago cada mañana, mañana pautada, noche palteada, sí, primita, yo cuido a Cavillaca, que es su guagua, todo va a tener en Lima, nada le va a faltar».
Y luego vienen las culturas Chachapoyas, Nazca, Moche, Chimú y otras, en el cuarto poema de la primera sección del libro. Por lo tanto, el sujeto poético se va convirtiendo en múltiple, ya no es solamente el yo el que habla. Hablan trabajadores, tallanes; hablan amas de casa; hablan prostitutas; hablan vendedores; hablan estudiantes; hablan todas aquellas personas del Perú que no pueden hablar a través de la poesía. Y Edián tiene la virtud de recoger muchas de esas voces. Por lo tanto, se fragmenta, se vuelve un sujeto poético esquizoide. Y esto, cuando terminé de leer el libro, me hizo pensar inmediatamente: “Caramba, este poeta ha sido leal a sí mismo durante más de 40 años”, porque fui a revisar los documentos de Kloaka, del cual Edián es miembro fundador, y encontré varios, por supuesto. Tengo toda la documentación por ahí, algún día la publicaré. Pero hay un documento, particularmente, un Manifiesto de 1983, que me hizo pensar que esto es la definición actual del Perú y de la poesía de Edián. Dice este documento:
«Esta situación ha agudizado hasta límites infrahumanos la pobreza de todos aquellos que no se benefician de la plusvalía. Las condiciones de vida se han hecho intolerables para los trabajadores. Los índices de desocupación, miseria, enfermedades, aumentan cada día, llevando a la desesperación a cientos de miles de personas, quienes no encuentran una solución real a sus angustias y necesidades. De allí que los periódicos no oficiales informen diariamente de suicidios, asaltos, crímenes motivados por el hambre y la desesperanza, que cunden en los hogares populares. Por otro lado, la corrupción y el soborno campean en toda la administración y la estructura del Estado. No hay control de ningún tipo. Las instituciones están podridas, el dinero enajena hasta límites alucinantes, las relaciones entre las personas. Se compra y se vende la salud, la educación, la justicia, el derecho al trabajo, el derecho al erotismo y hasta la vida misma, ya que se han detectado abundantes casos de comercio humano, principalmente de niños».
Después de referirse, los poetas de Kloaka, a lo que ellos llamaban la voracidad capitalista y flagrante ineficiencia de las clases gobernantes para consolidar un proyecto nacional, el documento interno de Kloaka continuaba:
«Todo aquel orden de cosas descrito anteriormente es lo que hemos llamado una situación cloaca, es decir, sin caer en ningún hueco dramatismo o falso tremendismo, la realidad peruana que nos ha tocado vivir es una cloaca infernal y desesperante. De ahí que queramos testimoniar, directamente y sin maquillaje, un dolor concreto que a todos nos alcanza. Somos conscientes de que, primero, es necesario tipificar y nombrar, con pleno conocimiento, una situación dada para reunir todas nuestras fuerzas y golpear, atacar de frente, cuestionar honestamente para salir de la cloaca y crear libremente nuestro destino o lo mejor de nosotros mismos. Esa es, precisamente, nuestra propuesta Kloaka».
Si cambiamos la palabra cloaca por milhojas, vamos a estar, más o menos, en el mismo ámbito. El carácter visceral de algunas de las afirmaciones del Movimiento Kloaka no impedía, sin embargo, una consciente labor como artistas que trataban de desplegar su subjetividad a través de distintos lenguajes altamente especializados. Y, justamente, quiero acabar con un subrayado, y es que Edián Novoa no solamente ha conservado ese espíritu rupturista, crítico, inconforme de los jóvenes poetas de entonces, de Kloaka, sino que, luego de 40 años, ha sabido lograr un dominio del lenguaje que hace de este libro un hito en la poesía peruana y, de hecho, lo digo abiertamente, y con toda sinceridad, una de las cumbres de la generación del ochenta.
Muchas gracias.
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