Sunday, July 21, 2024

MATERIALES PARA LA HISTORIA DE LA POESÍA PERUANA XXXVI: CIELO EXHAUSTO, DE JUAN JOSÉ SOTO

 Y pese a todo, triunfa el amor. Sobre Cielo exhausto, de Juan José Soto, palabras prologales.


Por José Antonio Mazzotti



Este libro del poeta peruano Juan José Soto se inicia de manera desgarrada con un revelador epígrafe de Raúl Zurita, el gran autor chileno. El cielo está roto, nos dice la cita; de él llora para abajo piernas y cuellos partidos. Son los secuestrados de la guerra sucia, masacrados y arrojados desde el aire, muchas veces todavía vivos, sobre el océano insaciable. Y ese cielo –añade Soto, complementando a Zurita– queda exhausto de tanto horror. 

De este modo, pasadas cinco décadas de la sangrienta dictadura militar chilena, pero ya en el contexto peruano neoliberal (no menos sangriento) y después del horror que también se vivió en su país en el fin de siglo y durante la pandemia del Covid-19, Soto apunta a otros dolores: la desazón, el tedio, la superficialidad, la desesperación generada por un futuro incierto y, sobre todo, el desamor. Como una figura en contradicción, utiliza la imagen del Llanero Solitario para rebelarse ante ese otro cielo exhausto, el cielo limeño con su "panza color de burro" y su carencia de sol: cementerio de cal con arena que como un techo infinito narcotiza cualquier esperanza. Los once poemas que conforman la primera sección del libro, "Cielo exhausto" (como el título general del poemario) dan cuenta de esa desazón.

El lenguaje de Juan José Soto fluctúa entre las expresiones coloquiales y algunas imágenes inesperadas ("los relojes / sigilosos / marchan felices en los museos"). Aparecen figuras del imaginario mediático como Don Gato y su pandilla y la cantante Janis Joplin. Poco a poco, Soto va desarrollando una imaginería que se alimenta de los medios masivos y de las nuevas formas de comunicación en el mundo globalizado.

El poeta, así, puede aparecer como una especie de pájaro marino en extinción: "En el muelle / Una extraña especie despliega sus alas / Saca una tablet (no hay conexión disponible) / La arroja al mar / Coge un papel / un par de ojos / Y lee un puñado de versos / doblados / húmedos / sobre    las    rocas" (poema IV). La poesía, como el pájaro, se deshace sobre las rocas, que más adelante asomarán en el libro como parte de la anatomía del poeta.

También aparece como el amante silente que no encuentra la paz interior del encuentro con la amada: "¡Oh, si yo supiera escuchar / Las veces que llegas en silencio / En el rumor de una voz o a galope bronco / Abrazaría el temblor y la luz / De los seres / y de las cosas!" (poema V). En estos versos se nos revela un poeta sutil y sugerente, que no sin cierto tono solemne logra articular una voz que hace de la realidad un paisaje vivo de "temblor y luz", una entidad con energía activada por el ruido de los pasos de la persona añorada. Sin embargo, esta no llega o simplemente escapa de los oídos del poeta. Así, el hablante de los poemas se convierte en una especie de fantasma dentro de su propio mundo material, es decir, internaliza el tedio y la desazón del paisaje trazado en los poemas anteriores y se convierte en un ser a-nona-dado: dado a la nada que es la enemiga última del amor.

En estos contextos urbanos y alucinados la poesía habita "en el lomo de un relámpago" (poema VI), como una visión lejana e inaprehensible, con alusiones exóticas que escapan del realismo descriptivo: "chatbot", "aconkanthera", "la misericordia marfil / de Kuan-Yin" (poema VII); o también puede el poeta ser el testigo silente de innumerables cardúmenes de peces que caen del cielo e invaden las calles y las casas de la ciudad (poema VIII).

Poco a poco el universo de Juan José Soto va adquiriendo visos de subversión de la lógica y la rutina cotidiana para dejar que el mar, la neblina y el hielo entren en la urbe, que pasa de este modo a convertirse en una especie de interregno o distopía invadida por el dolor que causa el desamor: "La memoria del amor asedia / Como un océano sin tregua / O el canto de ballenas / en lúbrico cortejo" (poema IX). Hasta la poesía misma, encarnada en el canto, forma parte de ese paisaje extraño y se mimetiza con él en su fracaso, como el vuelo de un pájaro frustrado por el peso del hielo ("la oquedad de tu vientre") que ha paralizado y anulado cualquier posibilidad de vida en la cosmópolis sudamericana: "Un canto se agita / Leve / rodea la oquedad de tu vientre / Despliega sus brazos / Y cae / en la ciudad destruida / A manos del hielo" (poema IX).

Pero no todo está perdido. El poeta apela a su último recurso: la memoria de la felicidad. Casi resonando a Neruda (que decía "es tan corto el amor, y es tan largo el olvido"), el poeta reconstruye con fragmentos dispersos algunas escenas del encuentro amoroso, que no puede resultar sino en un nuevo paisaje dislocado. En él la persona amada se convierte en un ser desconocido y sin embargo familiar: "Te vuelvo a ver / ojo contra ojo / Mientras yaces sobre las rocas / que crecen en mi pecho" (poema XI). La amada, como las conchas adheridas a las piedras de la playa, es una aparición connatural al embate de las olas (Lima, recordemos, es una ciudad costera). Pero el poeta a la vez se vuelve piedra, es ya parte del paisaje que quiere regresar a sus elementos primigenios. La piedra, como sabemos, es un tópico de larga data en la poesía peruana (los cantos a Machu Picchu, por ejemplo, de Mario Florián, Alberto Hidalgo y Martín Adán). En Soto, sin embargo, tenemos la piedra costeña, húmeda y silente, latigueada por las olas y sin poder liberarse ni abrazar a los moluscos que le crecen en el pecho del recuerdo. A la vez, la alusión indirecta a los moluscos es sin duda un guiño al habla popular, que identifica la vulva femenina con ese animal marino. Soto logra así referirse de manera muy fina al centro del dolor: el abandono de la sexualidad, fuente de toda conjunción y sentido del universo. 

El poema XI desarrolla esa imagen de la amada como dadora de bienes ("Moldeas en tus pechos dadivosos / Refugios invernales / Para aplacar la sed y el hielo"), fuente de vida y alimento que logra por un momento vencer el frío y el dolor. La memoria del poeta es poderosa y no ceja ante la ausencia. La remedia con la reconstrucción de la felicidad perdida, pese a que la amada ya es también mar, elemento fundamental del paisaje: "El océano arroja palabras / Saladas y azules / como olas / de tus ojos / En altamar / Orcas y petreles gigantes ceden su furia / Y el cielo recicla / estrellas sin luz / Sobre tus hombros / que no cesan". Esas estrellas sin luz son el anuncio de que la reconstrucción del bien perdido es insuficiente, pues el simulacro no llega a sustituir las estrellas verdaderas que alumbraron el asombro inicial del amor.

La segunda sección del libro, “Tiempos del fuego”, contiene siete poemas, numerados asimismo en caracteres romanos, como para dejar estampada su pertenencia a un tiempo de larga duración. Así, el poema XII entra de lleno al Apocalipsis, en que la devastación del desamor es equivalente a una guerra nuclear: "Gallinazos sobrevuelan / Las ciudades abatidas / Por bandadas de obesos / y lúbricos misiles". El poeta ha vuelto al presente ante la potencia del dolor, que desbarata toda tentativa de reconstrucción del locus amoenus ya perdido del amor. La ciudad está enferma, destruida. Los "niños corretean / En la flamante arquitectura de las calles / Tras un balón / de cráneo y huesos". Nuevamente se impone la distopía.

Así, en el poema XIII "el tiempo desova bombas y misiles", la destrucción se avizora como inevitable contra cualquier esfuerzo de reconstrucción del amor por la memoria, cada vez más frágil e impotente. Marte, dios de la guerra, sojuzga a Venus, diosa del amor, y el cielo, en efecto, se viste de fuego. Atribulado, el poeta se pregunta "¿Dónde están los dioses / en este festival de asedio / y cacería humana?". La respuesta es un silencio elocuente y un tronar sordo en que el canto, el trino y la voz ya no tienen lugar: "Una voz serpentea entre los escombros / abre sus ojos / y atraviesa el rigor del silencio / en la raíz del polvo / y la muerte". Por eso, hasta la voz y las palabras sufren la decadencia del mundo, como en el poema XIV: "En el lomo de remotas criaturas / Las palabras tropiezan / Con esquirlas de árboles abatidos".

Los seres humanos se convierten en almas en pena, como en el Inferno de Dante: "Un aluvión de condenados / atraviesan los muros / Esconden las sombras / Saltan tapias y cercos / Surfean en tablas hechizas / Descuelgan estrellas fugaces" (poema XV). La humanidad entera ha pasado al reino de las sombras y solo se arrastra en el suelo y las paredes como una multitud desesperada. Y hasta las esferas celestiales han caído y agonizan en la tierra: "Un turbado astro / sin alas / arde en la orilla". Se da de esta manera la eclosión del caos, que implica un dislocamiento de uno de los cuatro elementos fundamentales de la vida (aire, fuego, agua, tierra) y su presencia en el hábitat de otro, como el fuego de las estrellas en el espacio de la tierra. En la tradición clásica y del Siglo de Oro hay amplios antecedentes.

En el poema XVI el tiempo se detiene y la noche se prolonga: "Pocas veces la mañana / fue una noche tan larga / Sin sol / Sin luna / Sin mañana". De este modo, el caos universal se manifiesta no solo por la mezcla de los elementos celestiales con los terrenales (estrellas caídas), sino también por la deformación del tiempo humano en una noche infinita. Los escombros se multiplican hasta el horizonte (en el poema XVII) y el dolor se hace universal.

En este desolado paisaje, que parecería salido de un película postapocalíptica de terror, sin embargo, "bajo el puente / atroz / sin vida / ronda el amor" (poema XVIII; énfasis mío). Por eso, la apuesta de Juan José Soto por la continuidad de la vida, pese a la hecatombe de un mundo egoísta y sin amor, es la señal de que no todo está perdido. El hecho mismo de que el poeta haya podido articular en un lenguaje rico en imágenes un estado de ánimo que normalmente llevaría a la parálisis y el abandono de toda empresa es prueba de que la fe en la poesía sigue viva y tendrá continuidad. Por lo menos, en la voz de Juan José Soto, uno de los poetas peruanos más interesantes e intensos de las últimas décadas.


Boston, fines de abril del 2024

(El libro se presentó en Lima el jueves 18 de julio del 2024)


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