Wednesday, December 23, 2020

MATERIALES PARA LA HISTORIA DE LA POESÍA PERUANA XIV: NORMALIZANDO LA DIATRIBA

NORMALIZANDO LA DIATRIBA 

Por José Antonio Mazzotti



Uno de los grupos formados en la Generación del 80: los "Tres Tristes Tigres" 
(Raúl Mendizábal, José Antonio Mazzotti y Eduardo Chirinos).


Emblemática foto de los integrantes del "Movimiento Kloaka" en su etapa inicial. Encima del coche aparecen Mary Soto, Domingo de Ramos, José Alberto Velarde, Róger Santiváñez y Mariela Dreyfus. Parados: Edián Novoa y Guillermo Gutiérrez.


Algunas poetas representativas de la Generación del 80. De izquierda a derecha: 
Dalmacia Ruiz-Rosas, Tatiana Berger, Mariela Dreyfus, Patricia Alba y Rocío Silva-Santisteban.


Una persona que desconocía hasta hace poco, la socióloga Teresa Cabrera, ha justificado recientemente los insultos de Blanca Varela contra mi persona y otros (incluidos el ya finado y querido Eduardo Chirinos y el narrador Iván Thays) en una entrevista que le hicieron a la poeta en el primer número de la revista de pintoresco nombre Casa de citas en marzo del 2005. (La entrevista puede leerse aquí).

Lamentablemente, el artículo de Cabrera, "Viejas locas: Blanca Varela, autorización y desvarío", del 7 diciembre del 2020 en la nueva publicación virtual de nombre laperiódica, dista mucho de ser un ejercicio solvente de crítica cultural y solo normaliza algunas de las taras ideológicas que emanan de la misma entrevista. Pronto veremos por qué. [El artículo de Cabrera puede leerse completo más abajo, ya que las editoras de laperiodica lo han eliminado –sospechosamente– de la web].

Me gustaría contestar con la misma extensión las muchas páginas de Cabrera, pero son tantas las fallas de documentación, las exageraciones y las generalizaciones en las que incurre que me limitaré a unos cuantos puntos para demostrar su inconsistencia.

Su argumento central se resume en que Blanca Varela “raja” de mí en la mencionada entrevista como una reacción defensiva en favor de un grupo de poetas mujeres del 80, en noble gesto de “sororidad, como dicen las chicas ahora”, según concluye Cabrera. Los ataques de Varela se derivarían de una breve declaración mía en una entrevista periodística de marzo del 2004 que me hizo el poeta Maurizio Medo en la revista Brújula n. 3, que Cabrera ni siquiera cita directamente, sino a través de un par de fragmentos descontextualizados por Bethsabé Huamán Andía en una feble tesis de maestría sobre estudios de género hecha en México el 2007. 

Pero ocurre que esa declaración mía difundida por Huamán solo desarrolla una nota al pie en el prólogo de la antología El bosque de los huesos, publicada en México en 1995, es decir, diez años antes de la entrevista a Varela y doce de la referida tesis. Basada únicamente en una fuente recortada de segunda mano, Cabrera sostiene que una “Carta abierta de las escritoras peruanas” contra el “racismo de género” (?) del 11 abril del 2005, así como las mencionadas declaraciones de Varela en Casa de citas, son una consecuencia directa de la entrevista de Medo de marzo del 2004, exactamente un año antes. Sin embargo, como señalo, el fragmento citado por Huamán es una simple paráfrasis de una nota al pie de 1995, que critica explícitamente a uno de los periodistas de Caretas responsables de la campaña de “terruqueo” que se hizo a varios poetas del 80 tras la caída de Abimael Guzmán el 12 de setiembre de 1992. Ese periodista (dizque narrador del grupo Macho Cabrío) había sido pareja de una poeta aludida en la nota al pie y amigo personal de las poetas redactoras de la “Carta abierta”. Sus alabanzas espumosas de esa producción poética están bien documentadas. Un poco rara, entonces, la cronología que maneja Cabrera, pues ¿por qué no escribieron entonces, en el 95, la “Carta abierta” las poetas que se daban por ofendidas? ¿Y por qué Varela no reaccionó entonces? ¿O al menos en marzo del 2004?

Pues lo que le falta a Cabrera en esta teleología es una pieza fundamental, que ignora o deliberadamente oculta: la polémica que sostuvimos a principios de marzo del 2005 la poeta Mariela Dreyfus y yo en el suplemento Identidades del diario El Peruano a propósito de la antología La letra en que nació la pena, de Maurizio Medo y Raúl Zurita. En ella (¡oh sorpresa!) Dreyfus no había sido incluida. Fue a partir de esa polémica (una serie de soflamas de parte de Dreyfus, más bien, como llamar “Pedo” a uno de los antologadores) que esta y Rocío Silva-Santisteban (tampoco incluida en la antología) redactaron y circularon la “Carta abierta” tres semanas después. 

Hay que añadir, además, el contexto político inmediatamente anterior. En setiembre del 2003 algunos escritores de grupos rivales (los mismos de Caretas el 92) me acusaron de simpatizante de Sendero Luminoso en el suplemento Somos del diario El Comercio. ¿El motivo? Mi libro Poéticas del flujo: migración y violencia verbales en el Perú de los 80 (2002), en el cual analizo, sin prodigar flores, y entre otras, a las poetas redactoras de la “Carta abierta” y no incluyo a sus defensores (los susodichos periodistas de Caretas, ya pasados a Somos) como objeto de estudio. Una de esas poetas analizadas en mi libro hasta se animó a copiar y repartir la basca de Somos de manera alegre en medios académicos norteamericanos con evidente sevicia. Escritores como Eduardo González Viaña dieron cuenta de la patraña.

Tanto mi nota de 1995 como su paráfrasis del 2004 forman parte de una larga disputa (en el fondo política y hasta con tinte policial, como se puede ver) que Cabrera simplemente obvia. Por eso siempre es bueno llegar al fondo de la investigación. Si Cabrera hubiera escrudriñado mejor, se habría enterado también de que a la “Carta abierta de las escritoras peruanas” del 2005 respondieron numerosos intelectuales y poetas (hombres y mujeres) con otra “Carta de la Nueva Minoría Literaria” el 18 de abril de ese mismo año. Entre otras cosas, ahí se decía que “las declaraciones periodísticas en entrevistas […] representan el ejercicio de una libertad de expresión siempre personal y en dinámicas de polémicas específicas con unas pocas de las firmantes [de la “Carta abierta”], sin olvidar que, de su lado, han esgrimido insultos desde tiempos inmemoriales (‘Kloaka es un aborto de Hora Zero’, ‘pulgas de la academia’, ‘pedos’ humanos, 'chacras ridículas en el orden simbólico de lo literario'entre otros ejemplos) y lo siguen haciendo, como su carta abierta y diversas publicaciones demuestran”. 

Todo esto fue publicitado y difundido en revistas como la ya mencionada Caretas (que se refirió a la “Carta abierta” como una evidencia de que las “escritoras ejercen el derecho al pataleo”) y diarios como La República, en que el crítico Abelardo Oquendo calificó el “match” como un penoso empate entre “Ellos & Ellas”. La Caretas de 1992 era distinta de la del 2005, pues, como digo, ya esos redactores se habían pasado a Somos, donde interposita persona pergeñaron el detrito, siguiendo su campaña de difamación.

Las peleas literarias de mi generación se remontan al mismo año (1980) que marcó sangrientamente la vida de los peruanos y los distanció políticamente, cuando Cabrera ni siquiera había nacido, e incluso antes. Es claro que casi todo lo recibe reciclado; casi nada de ese intenso debate literario y político lo ha vivido en persona, salvo las quejas de sus amigas poetas, que cuando insultan quieren pasar por víctimas, pero cuando se les responde, invocan la autoridad de la abadesa. 

Que yo exprese mi opinión sobre la poesía de algunos y algunas autores del 80 es un derecho inalienable (algunas me parecen notables, otras efectistas y panfletarias). Que yo llame “desvaríos” y “estupideces” (en un post personal y comentarios de Facebook el 14 de julio de este 2020) a las declaraciones de Varela del 2005 es una réplica simplificada, más que a sus insultos (pues la poeta ya está muerta y no me interesó ocuparme del asunto en su momento), a los oportunistas y desinformados literatos que aún los repiten hoy, sin saber en qué se meten. Me parece de una bajeza insondable, como le escribí a uno de esos anélidos, seguir manchando –después de quince años– la memoria de Eduardo Chirinos tan frívolamente. “Desvaríos” termina siendo un eufemismo para calificar el clasismo insomne, la prepotencia y las taras ideológicas de una poeta consagrada que malhablaba desde un poder establecido y excluyente.

Pues, ¿por qué incluiría Blanca Varela a Eduardo Chirinos en su defensa de las “sororas”, llamándolo “hijo de militar” (vaya argumento clasista), “pulga” y “deshonesto”, lo mismo que a mí, cuando Eduardo jamás había opinado sobre la poesía de las mujeres del 80? ¿Dónde está la coherencia del argumento de Cabrera: vilipendiar a Chirinos era desagraviar a las “sororas”? ¿Y lo de Iván Thays “adulón”? Como diría el recordado Toño Cisneros, “esa rueda se atraca”. Y hay más: si le parecía a Varela que “todas las mujeres son putas” como declaró solemnemente para identificarse con la poesía de María Emilia Cornejo y Carmen Ollé, ¿no cree Cabrera que doña Blanca estaba incurriendo en una flagrante generalización? Hay que ser muy ciego (o muy cínico) para no darse cuenta. 

Peor aún: Cabrera insinúa que al referirme yo a los “desvaríos” de Varela la estoy llamando “vieja loca” y, por extensión llamo “viejas locas” a todas las ancianas de la tierra (y, de paso, “impulsivas” a las jóvenes y “paranoicas” a las adultas) en incontestable despliege de “machiruleo” digno de cargamontón. En un exceso de imaginación, señala que estaríamos frente a "una piadosa evolución de lo recomendado ante estos casos en el s. XIX: llévenla al manicomio o quémenle la imprenta". Convertido en semejante caricatura, hasta yo me “escracharía”.

Si realmente Cabrera y sus co-editoras creen tal embuste, me temo que nos encontramos ante un caso curioso de inseguridad personal y literaria o, como se diría en buen castellano, una carencia de correa de proporciones legendarias. Y no me refiero con esto a todas las mujeres, por supuesto. Los que me conocen de cerca (a Cabrera jamás la he visto en mi vida, menos conversado con ella) lo saben perfectamente. Encarezco la fortuna de haber tratado a numerosas y maravillosas mujeres a lo largo de mi vida, por las cuales guardo un profundo afecto, respeto y admiración. Mi directora de tesis doctoral fue una mujer. En los proyectos editoriales que coordino siempre hay mujeres de primer nivel intelectual. Cada vez que puedo, estudio y difundo la obra de poetas y críticas mujeres de descollante valía (y hay muchas). Me refiero ahora solamente a la despistada autora del engendro que motiva estas líneas y a sus co-editoras, de las cuales hay historias de intercambios de ataques (públicos y privados, propios de las “guerritas” literarias) que espero la redactora investigue con mejor suerte la próxima vez. De ninguna manera representan ellas ni las poetas supuestamente agraviadas “la voz pública de las mujeres”, como proclama Cabrera con supina arrogancia, hablando por media humanidad. 

A lo largo de mi carrera (ya son cuarenta años) he apostado por la creación de espacios de discusión que puedan alojar la heterogeneidad de nuestra comunidad intelectual, tanto en términos de género como también de raza. Basta mencionar la apertura de la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana y de la Asociación Internacional de Peruanistas, sus congresos y publicaciones, para comprobar que ahí no hay ninguna agenda de exclusión de poetas e intelectuales de ningún tipo, sino todo lo contrario. El artículo de Cabrera termina siendo un nuevo intento de un grupito de autores y autoras por desprestigiar ese trabajo que siempre ha buscado construir un país menos racista y clasista de lo que es, denunciando los lobbys literarios (sin distinción de género), tan propios del “emprendedurismo” neoliberal y tan afectos a callarse la boca cuando de premios, ediciones y subvenciones se trata.

Una prueba más de ello ha sido mi urticaria mención el 14 de julio del 2020 de que Varela recibió una medalla del Congreso de la República en octubre del 2007 por gestiones de las promotoras de la “Carta abierta”, nada menos que de manos de Luis González Posada, presidente del Congreso de mayoría aprista durante el segundo gobierno del genocida Alan García Pérez. Cuando este tristemente célebre personaje fue presidente del Perú por primera vez entre 1985 y 1990, González Posada era su ministro de Justicia, es decir, estaba directamente implicado en la masacre de cerca de 300 presos políticos de los penales de Lurigancho, El Frontón y Santa Mónica el 19 de junio del 86. Ahí va la coherencia política de las turiferarias. Y si es cierto lo que comenta una de las co-editoras de laperiódica, Violeta Barrientos, de que esa medalla Varela "la recibió cuando ya ni hablaba o se daba cuenta"tanto peor para sus alabanceras, que en ese momento no “desvariaban”, que se sepa.

laperiódica le debe una disculpa, no a mí, pues eso me importa muy poco, sino a la comunidad cultural peruana por normalizar ideologemas absolutamente inaceptables en las expresiones de Varela: por ejemplo, la discriminación sexista (la infeliz y cacareada frase “todas las  mujeres son putas”), la clasista (“hijo de militar”), la homofóbica (Luis Cernuda es “marica”), la antisemita (Alejandro Toledo “es más judío que indígena” –por su ambición personal–) y la racista (“el indígena está corrompido porque aspira a cosas que no son de él, aspira a algo que no le corresponde”, o sea, el poder político, el bienestar económico, se entiende, cuando Varela habla de Alejandro Toledo, a quien llama “un indio, un cholo”; o sus risas contra el afrocubano Nicolás Guillén, burlándose de la sonoridad del habla afro y la calidad literaria de Sóngoro Cosongo). Sin olvidar, claro, su hoy celebrado (por algunas de sus admiradoras) poema racista “Muchachita negra”, ya desde 1945. (Un análisis de ese texto por la poeta y activista afroperuana Mónica Carrillo se encuentra aquí; también Giancarla Di Laura se viene ocupando del tema desde el 9 de agosto en su página de Facebook, como se indica más arriba). En suma, la “corrección política”, que tanto parecen reclamar, se les fue por la borda.

Lamento, pues, decir con ajeno bochorno que en la entrevista del 2005 Varela recurre a la trillada estrategia de la “risita limeña”, o sea, a denigrar a quienes solo intentamos hacer lo mejor por el Perú al asumir posturas claramente críticas del “establishment” cultural, aupado desde siempre a los aparatos de un poder oficial profundamente discriminador y corrupto. Y lo hace, por añadidura, con alcohol de por medio, según se revela en los subtítulos de la entrevista ("Primeros tragos", "Open Bar"), cosa que confirma Mario Vargas Llosa para otras ocasiones, de acuerdo con la propia Cabrera, pues hablaba "ayudada por un par de whiskies para vencer su timidez". Usar la “sororidad” como excusa para normalizar la diatriba y desviar la atención sobre el carácter político (y de tinte policial, recordemos) de este debate les hace flaco favor a las justas causas por la igualdad estructural de hombres y mujeres. Mejor hubiera sido dejar todo este asunto en simples "desvaríos" y no dignificarlo de manera tan penosa. Obviamente, nada de esto invalida la obra poética de Varela en sus libros publicados, pero sí revela mucho de su ideología (al menos en la entrevista) y de las prácticas periodísticas de algunas varelianas por justificarla.

Trabajemos juntos, estimadas colegas, y dejemos las generalizaciones que tergiversan los hechos y confunden a los desinformados. Hay amplísima documentación más sobre el tema, que ya lleva cuarenta años de vida y me guardo por ahora, pero creo que todos tenemos mejores cosas que hacer que seguir rizando el mismo rizo eternamente. A menos que insistan en el “miente, miente, que algo queda” para seguir ocultando antiguas responsabilidades y agendas contemporáneas. Sinceramente, espero que no.

Feliz Navidad, por un Perú más justo y menos discriminador.

Boston, 23 de diciembre del 2020



Poéticas del flujo: migración y violencia verbales en el Perú de los 80 (2002), libro que causó las iras de algunos autores en su momento, hoy renovadas.


Addendum del 8 de febrero del 2021

Al artículo anterior respondieron el 28 de enero del 2021 las ex miembros de la revista "Casa de Citas" (Claudia A. Arteaga, Olga Rodríguez Ulloa y Luz Vargas) en el número 2 de laperiodica.pe.

Lo primero que sorprende es que declaren que la entrevista a Blanca Varela aparecida en marzo del 2005 en su revista se hizo en realidad dos años antes, el 2003, y luego fue Fernando Toledo quien la editó varios meses después.

Esto deja sin argumentos a Teresa Cabrera, que afirmaba que las declaraciones de Varela habían sido una reacción defensiva de la poeta hacia sus congéneres más jóvenes, algunas autoras de la Generación del 80, a quienes supuestamente yo había atacado en una entrevista de marzo del 2004. Si eso fuera así, Blanca Varela habría tenido que viajar por el tiempo para saber lo que yo iba a declarar un año después (lo que de paso, como ya he señalado, está más dirigido a los críticos de esas poetas que a las poetas mismas).

En fin, con fechas imprecisas, falta de fuentes primarias y mala voluntad se puede hacer cualquier cosa. Los desenterramientos vienen del propio ex editor de la revista y un amigo suyo de rivalidades académicas, así como de los dos anélidos que repiten solamente la parte de la entrevista referida a mí y Eduardo Chirinos, fallecido el 2016 y por lo tanto sin posibilidad de defenderse. 

Las editoras de la periódica y las ex entrevistadoras de "Casa de Citas", sin conocer bien las fuentes, solo les sirven de furgón de cola, para colmo ninguneando de la manera más machista a dos intelectuales de primer nivel como Giancarla Di Laura y Mónica Carrillo. (Ver el artículo de Silvio Rendón publicado el 8 de febrero del 2021 en su página de Facebook "El gran Combo Club"). Y, de paso, glorificando, como Cabrera, la infamante frase de Varela que afirma que "todas las mujeres son putas" y haciendo pasar por agua el racismo que también muestra en la entrevista. Basta volver a ese diálogo publicado en marzo del 2005 para comprobarlo. 

Addendum con el artículo de Teresa Cabrera (en laperiodica, 7 de diciembre del 2020)

El propósito de este texto es discutir la caracterización pública de la vejez femenina y los términos bajo los cuales se disputa la validez de la voz de una mujer autorizada. Los ingredientes: una entrevista a una poeta octogenaria, un debate perdido sobre la poesía que escribieron sus colegas y un agravio irreparable en busca de una teoría que lo haga inteligible quince años después.

VIEJAS LOCAS: BLANCA VARELA, AUTORIZACIÓN Y DESVARÍO
Por Teresa Cabrera
7 de diciembre 2020

El night club y la Casa de Citas

En marzo de 2005, la revista Casa de Citas publicó un diálogo con Blanca Varela,1 que resultaría la última entrevista conocida de la señera poeta. Varias reacciones generaron sus dichos, entre los que se encontraba la expresión de simpatía hacia la obra de las poetas mujeres agrupadas bajo el rótulo de “escritoras de los 80”. Al momento de la entrevista, Varela tiene 79 años y es la escritora peruana más reconocida e importante en el país.

Ese mismo verano un intercambio epistolar electrónico entre los poetas y críticos M. Montalbetti y M. Lauer, convertido en texto y publicado a fines de 2004 en Hueso Húmero (Post-2000. Nueva Poesía Peruana)2 había generado revuelo en una escena pequeña siempre atenta a la formación del canon. Si bien podría decirse que el diálogo sugería una búsqueda de las coordenadas para asimilar la producción poética “nueva” o “joven”,3 fue una observación de Lauer sobre la “poesía femenina”,4 la que impulsó un intercambio más amplio, en el que participaron las autoras aludidas, otros críticos y varios opinantes. Este intercambio duró varias semanas en listas de correo electrónico y tuvo resonancia en un par de revistas locales.

Uno de los materiales que se sumó al intenso intercambio fue una entrevista del poeta Mauricio Medo al crítico J.A. Mazzotti, publicada en 2004. En ella, el crítico distingue la poesía de los 80 en términos de una preferencia de las autoras por “proclamar su condición de género y sus aventuras sexuales”. Mientras que la difusión de esa poesía en prensa la vinculaba a la “celebración de las audacias eróticas” de las autoras “favoritas” de la gente de prensa, léase, de los hombres de prensa, a quienes luego se compara con entusiastas asistentes a un night club.
Si esas eran las metáforas empleadas en el diálogo citado,5 en el espacio incipiente de internet los términos adquirieron un tono más bien agresivo. Un resultado del áspero intercambio fue la aparición, en abril de 2005, de una Carta Abierta firmada por 40 escritoras,6 un texto de tono reactivo frente a lo que se considera un “clima confuso y malevolente”. Se formula allí una crítica al discurso de los críticos (varones) sobre el proceso poético de la década del ochenta y el lugar de las mujeres escritoras en él. Además de aludir al comentario de Lauer y a los símiles empleados por Mazzotti, la misiva recopila una serie de enunciados que, de acuerdo a las firmantes, trasuntan ligereza, caricaturización, prejuicios, actitudes ‘segregacionistas’ y una lógica cultural que se afana en “mantener bajo su control las expresiones más limpias y enteras de la productividad verbal: la creación, la literatura, la poesía".7
¿Le gustan las escritoras de la década de los 80?

Una de las firmantes de la carta es Varela, con la entrevista en Casa de Citas ya publicada el mes anterior, es decir, en plena recepción por las y los lectores. Como he recordado al inicio, en esa entrevista Varela expresa su simpatía hacia las poetas de los 80 (¿Le gustan las escritoras de la década de los 80? -Me gustan todas, me encantan. Todas, dice, antes de mencionar a algunas autoras limeñas). El diálogo, aunque breve sobre ese punto, funciona como un gesto de reconocimiento de estas escrituras y sus temas, comentando proximidades y distancias. Si bien no era la primera vez que Varela expresaba tales simpatías,8 en el contexto del áspero intercambio público sobre la producción de esa cohorte de escritoras, y con Varela definitivamente consolidada, esta declaración fue importante por más de una razón.
La primera es coyuntural. La recepción de la entrevista y la lectura de la Carta Abierta tuvieron un momento de coincidencia en un muy pequeño ecosistema. Casa de Citas era una revista recién llegada, con un equipo de jóvenes mujeres, y asomaba al estrecho medio en el que circulaban muy limitadamente proyectos consolidados como Hueso Húmero, Quehacer o las más jóvenes Ajos & Zafiros y Odumodneurtse. Fue en Hueso que apareció la charla entre Lauer y Montalbetti, mientras que la Carta Abierta, tras una penosa circulación por correo electrónico y desde la web La Insignia, fue parcialmente reproducida en el semanario Caretas y unos meses después, en Ideele, una revista sobre justicia y derechos humanos.9

Se disputaba en ese pequeño ecosistema la relevancia del período post 60, tanto como el valor de lo “nuevo” en el cambio de siglo (el paso de los 90 a los 2000), o el contenido de las propuestas conceptuales y estéticas en la obra de las escritoras de los 80 y sus relaciones con la producción de las décadas siguientes.10 De un lado, quienes con un aparato discursivo y desde un puesto más (o menos) establecido en el campo de la crítica, producían sentencias que, bien sugerían agotamiento de fórmulas, caducidad o simple ausencia de interés o bien apuntalaban el lugar social de los proyectos de algún modo vinculados a eso “cotidiano” a lo que se refiere Lauer. Del otro lado, un conjunto de autoras dispar (en obra y generación) que reaccionaron a lo que consideraban deslices normativos de los críticos en unos casos, y agravios en otros, leyéndolos como parte de una misma “lógica cultural”. En ese punto, las frescas declaraciones de Varela ("Me gustan, me encantan, todas") proponen un nuevo equilibrio de fuerzas.

La segunda razón va más lejos, y llega incluso a nuestros días. El reconocimiento de los temas y las comparaciones directas entre su obra y la de sus colegas, resitúan un apunte respecto al “confinamiento absurdo y peligroso” que advirtió Varela en la “condición femenina y sexual” como temática a partir de la cual los hombres (lectores, críticos) dan valor a la poesía hecha por mujeres. La valoración que la poeta hace de las autoras ochenteras no encaja en cierta imagen que aún funciona como discurso normativo de los contornos de la escritura practicada por las mujeres.11 La versión más básica de esta imagen funciona más o menos así: no existe discriminación o sesgo hacia lo que las mujeres escriben, pues si tienen suficiente talento, van a tener su lugar, y ahí está Blanca Varela para probarlo.

Es improbable que al declarar a Casa de Citas y al firmar la Carta Abierta con esa entrevista ya realizada, Varela no estuviera al tanto de las tematizaciones de la poesía escrita por mujeres, las valoraciones sobre ello por parte de un sector de la crítica o de su propia situación como modelo de la enunciación “neutra”. Sus respuestas están allí:

“En los ochenta las mujeres querían hablar de su cuerpo. Carmen Ollé habla de su pubis por ejemplo, pero yo trato de darle al cuerpo un valor de otro tipo, más racional, menos específico en cuanto a género, salvo en ‘Ejercicios Materiales’(Nde: 1993). Creo que ellas se defienden de otra manera, haciendo un cuerpo común” (las cursivas son mías).

El parámetro Varela

Por increíble que parezca, el estatuto de parámetro de Varela aparece aún en nuestros días para descreer -si no para directamente descalificar- asedios al cuerpo, el deseo, la reproducción y otros temas que suelen asociarse al universo de “lo femenino”.12 Si bien las jóvenes que escriben hoy están menos dispuestas a atender esta clase de sugerencias críticas -y sus pares generacionales parecen menos interesados en proponer tales demarcaciones- también saben que en última instancia, “Varela” es una carta a poner sobre la mesa, más aún en tiempos de neo-conservadurismo contra las mujeres en general, y contra el activismo feminista en particular.

El mensaje es más o menos así: las poetas no necesitan hablar de su cuerpo o de su sexo para destacar (en todo caso, eso ya se hizo, aburren); cualquier alusión a la condición de género delata falta de talento (que le sobraba a Blanca) y algo peor, falta de talento seguido de ganas de figurar (Blanca era discreta). Hoy es tema en sitios de memes, pero hace quince años cosas así se expresaban como audacias reveladoras y se imprimían.

De acuerdo a este sentido común, la invisibilidad de la poesía escrita por mujeres, o la reducción de su lectura al “cuerpo” y al “sexo”13 no se debe al funcionamiento de mecanismos de poder en la configuración del campo literario/cultural, fruto de desigualdades estructurales persistentes, sino a cosas menos rebuscadas como el aburrimiento de los lectores (o los críticos) ante textos sin novedad, de escaso aporte al lenguaje o más fácil aún: a la falta de talento (porque si tuvieran talento brillarán con luz propia, como brilla Blanca Varela). El índice de esta carencia es la tematización de “lo femenino”. Y así, a masticar la cola.

Para 2005, ese sentido común tenía no pocos refuerzos desde espacios académicos o de crítica, como se hizo patente en los debates y pullas ese verano. La profesora B. Huamán, quien ha estudiado la obra de Varela y de Ollé,14 ubica varias de esas expresiones en una interpretación crítica al detalle en su tesis “Más que cuerpo, más que poesía. Crítica literaria, género y poder” (2007) 15, por si alguien quiere revisar un registro del tono. Del mismo modo, la Carta Abierta de las escritoras recoge la crema de esas expresiones y las alinea para hacerles un mismo reclamo: ya basta.

La publicación de la Carta le dio un segundo impulso al intercambio, aunque en estricto podría hablarse de confrontación ya que, como ocurre con lamentable frecuencia en el país, tuvo momentos de bochornosa agresividad (libelos, anónimos, adjetivos fuertes, insultos)16 y se fue reduciendo a disputas referidas a centros de formación universitaria, locales o extranjeros, como la Universidad Católica en Lima o alguna universidad norteamericana, que solo quienes orbitan alrededor de estos podían entender. Pero también apuntaló procesos y discusiones en curso que buscaban una elaboración más autónoma de la experiencia de las mujeres (como la mesa Literatura y feminismo en los 90 en el festival In-santas de julio de 2005 en el Centro Cultural de España). La Carta también trazó un poco la cancha de debates y malestares que llegan hasta ahora.

Vacas sagradas

Volvamos al presente. De cuando en cuando la entrevista de Varela en Casa de Citas o alguno de sus dichos, aislados, vuelve a circular, con buenas, malas y peores intenciones. Y se renuevan las reacciones. Una que he leído recientemente me parece interesante, la del profesor J.A. Mazzotti,17 estudioso de la literatura y peruanista afincado en los Estados Unidos, para quien Varela tuvo feos adjetivos en un pasaje de esa entrevista. Aunque son expresiones desagradables, las refiero de una vez: Varela lo llama “adulón”, “ambicioso”, que es “como una pulga” que está "trepando en las universidades norteamericanas”.

Mazzotti califica hoy las opiniones de Varela como “desvaríos”, y “estupideces”.18 No se refiere exclusivamente a la dura adjetivación que le propina la poeta aludiendo a su pertenencia al mundo académico norteamericano. El agraviado atribuye el conjunto de opiniones vertidas por Varela a un estado mental relacionado a su avanzada edad (para entonces la poeta bordeaba los ochenta años). De acuerdo a esta argumentación, "era sabido" que ella "sufría repentinos desvaríos". También sugiere que los entrevistadores (unos “chiquillos”, anota) habrían tomado ventaja de ese estado en provecho de su revista, que “no volvió a aparecer” (dato: CdC siguió publicándose los siguientes ocho años, hasta 2013).

En otro punto, el agraviado comenta las relaciones cordiales que desde su punto de vista él mantuvo con Varela (que ella le elogió un texto a mediados de los 90, que le firmó y envió un libro con un chofer en 2001, etc.). En ese comentario recuerda que al solicitarle a la poeta en 2003 que presente un libro en la prestigiosa universidad de Harvard, ella le pidió costear un pasaje “en primera clase”, aunque el viaje finalmente no se concretó. Siguiendo la lógica de la inclusión de este recuerdo, el grave insulto no es consistente con la cordialidad de la relación - en la que él, se entiende, se afanó por complacer la exigencia de un vuelo en primera clase- de modo que la agresión, inexplicable, sólo puede deberse a un “desvarío”.

Más allá de estos recuerdos personales, si se revisa la entrevista completa, es posible identificar inexactitudes en las referencias que a ella hace Mazzotti. Entiendo que las alusiones intentan apuntalar un único argumento: Blanca Varela, una mujer de 79-80 años al momento de la entrevista, no estaba en control de lo que decía, su mente le jugaba malas pasadas, desvariaba. Creo que ese argumento, además de poco sólido, es revelador de mecanismos perniciosos (y conocidos) que se activan ante la voz pública de las mujeres. Voy por partes.

En primer lugar, el historial de declaraciones de Varela delatan una lengua filuda y opiniones fuertes siempre. Maledicencia dirán algunos. Ese temperamento ha sido señalado por varias personas, entre otros, por el nobel Mario Vargas Llosa, que de Varela dijo “la he oído, cómo no, muchas veces, ayudada por un par de whiskies para vencer su timidez, decir esas maldades y ferocidades impregnadas de tanta gracia y humor que hacían la felicidad de sus oyentes” (2007), o que la poeta practicaba el “deporte nacional” del raje y "lo hacía con tanta gracia y en el fondo con tanto cariño que uno habría querido ser una de sus víctimas".19 Por lo demás, lo que Varela dice a Casa de Citas (política, anécdotas íntimas, gustos y disgustos) no parece estar fuera del tono que puede identificarse en sus entrevistas previas y en diferentes etapas de su presencia pública. 20 Incluso la dureza en su señalamiento a la relación entre literatura y “ascenso social o político”, no es nueva.21

En segundo lugar, los dichos de Varela sobre Eielson o Vargas Llosa -referidos alternativamente por Mazzotti como tonterías, estupideces, afrentas calumniosas o injustas- no son otra cosa que opiniones sobre otros creadores, y en el caso de Eielson, su par generacional y amigo de juventud (“A mi casa iban todos, Sologuren, Eielson, Bendezú, iban todos mis amigos”). Veamos.

De Vargas Llosa: que su teatro es malo, que su última novela (El paraíso en la otra esquina) la acaba de leer y le parece mala, que es “impecable en cuanto a estructura, estilo, prosa”, pero no le convence el tratamiento de sus personajes femeninos (por Flora Tristán, a quien no trata “con la altura” que a Gauguin), que no entendía al indígena (en referencia al rol del escritor en la Comisión Uchuraccay), que “se ha españolizado demasiado” y que nunca captó a Arguedas (sobre La Utopía Arcaica). Que junto a F. De Szyszlo, pintor y ex pareja de Varela, son un par de “vacas sagradas”. De Eielson: que le gusta su poesía (“Está perfecto. Me gusta mucho”) pero que el tema de una de sus instalaciones le parece “una huachafería”.

A todo ello Mazzotti le llama "despotricar" contra MVLL y JEE. Otra opinión de Varela: no le gusta que “agarrar una plaza en una universidad norteamericana” sea “el futuro que se piensa para cualquier escritor”. Una más: “la política las ha fregado [a las feministas], las han usado mucho, sobre todo la izquierda”. ¿Discutible? Sí. De eso se tratan las opiniones.22

Todas las mujeres son putas

En otro momento de la entrevista, dice Varela: "hay una chica que escribió algo que se parecía a lo que yo quería escribir: todas las mujeres son putas. Yo he tratado de decir lo mismo, pero de otra manera". Efectivamente, podría decirse que “esa puta que finalmente éramos todas” es una declaración/confesión que se deriva -que Varela extrae- de la poética de M.E. Cornejo.
Mazzotti mal cita este pasaje sugiriendo que "el desvarío" lleva a la poeta a "exclamar" que "todas las mujeres son putas", sin más. En una segunda versión de su comentario, horas después -historial de cambios de Facebook- Mazzotti ha precisado que hay una referencia a Cornejo, aunque sin retirar lo de "exclamación". Si se revisa el pasaje de la entrevista aludido, cualquiera advertiría allí una simple reflexión sobre dos poéticas distintas para una misma búsqueda. Claro, es más evidente establecer conexiones entre Ollé y Cornejo, por ejemplo, mientras que una conexión entre Cornejo y Varela -¡propuesta por la propia Varela!- no es lo esperable. Pero una comparación inusitada no equivale a desvarío. Al contrario, puede estar más cerca a una expresión de lucidez, o al simple gusto de pensar y encontrar asociaciones novedosas.

Esta fallida citación sugiere la intención de presentar los dichos sobre Eielson o Vargas Llosa como equivalentes que justifiquen el horrible insulto recibido de Varela (y lo de "putas" como un exabrupto repentino y sin sentido). La operación es más o menos así: si Varela “habla mal” de vacas sagradas de su generación como MVLL y JEE y dice barbaridades como que “todas las mujeres son putas”, pues no hay otra explicación para lo demás: está desvariando por "su edad". Y en ese desvarío, de pronto, hay quienes han sido afectados injustamente, porque la relación siempre fue “cordial”.

Viejas locas

He dicho líneas arriba que la forma en que Mazzotti trata de explicarse y explicarnos el por qué del agravio aludiendo a los “repentinos desvaríos” de Varela (“hago el siguiente aclare para ayudar al público a entender la situación”, “a los jóvenes les puede servir saber el otro lado de la historia”, señala) revela mecanismos perniciosos respecto a la voz pública de las mujeres. Me explico.

Algo ocurre con frecuencia cuando las mujeres expresan opiniones, sobre todo si lo hacen de manera directa y pública: cuando son jóvenes, no saben lo que dicen, son impulsivas y no controlan sus emociones; las adultas, si te toman cuentas, están paranoicas o están menstruando (una alteración emotiva de base biológica, digamos). Cuando se hace difícil creer que actúan en autonomía, se propone que alguien las manipula, y las viejas, pues se ponen seniles y ya no hay que hacerles caso. Un extremo de esta reacción es el célebre e infame “viejas locas” para referirse a las Madres de Mayo.

Bien, este es otro escenario, pero el mecanismo está claro: aludir al frágil estado mental de las mujeres. Aquí la particularidad es que estamos frente a las opiniones de una mujer pública y autorizada, “consagrada”, diríamos en limeño. Es decir, estamos frente a un potencial de desestabilización (de relatos, de status). Es pues, un intercambio de poder. Uno que no ocurrió en su momento y hoy es un intercambio de poder entre vivos y muertos,23 entre quienes aún pueden elaborar y quienes nos han dejado desamparados, a solas con sus palabras o sus silencios.

En este caso particular, entonces, el mecanismo se presenta del siguiente modo: en el intento de probar la tesis de "los desvaríos repentinos" se pretende negar autoridad a las opiniones de Varela ("era obvio que nada de esa entrevista podía tomarse en serio"). Las declaraciones que “no podían tomarse en serio”, van más allá de lo que se dijo de la inserción o rol del agraviado en el mundo académico norteamericano, en un insulto que naturalmente se experimenta como una injusticia irreparable. Está la simpatía por las poetas de los 80, el inusitado paralelo con la búsqueda de M.E. Cornejo o las valoraciones sobre MVLL y JEE. Hablar del “desvarío” de las viejas o que en un halo de condescendencia murmuremos “guárdenlas, no las expongan” nos hace parte apenas de una piadosa evolución de lo recomendado ante estos casos en el s XIX: llévenla al manicomio o quémenle la imprenta.

Que en el año 2005 la voz de Varela fuera considerada como la de alguien a quien “no podía tomarse en serio” puede ser hoy una verdad para algunos-as y otros-as pueden discutirla. Fallecida en 2009 tras años de lidiar con las secuelas de un accidente cerebrovascular y el dolor de la pérdida de su hijo Lorenzo, la mal llamada condición “senil” puede presentarse como autoevidente, vista desde el presente.

Lo cierto es que Varela declara a la prensa al menos hasta octubre de 2006, cuando recibe el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada-Federico García Lorca. En la breve entrevista telefónica concedida en esa ocasión a El País,24 ella comenta: “Me haría una ilusión tremenda [acudir a Granada], pero siempre he tenido miedo a volar. Y mucho más ahora en mi estado". De acuerdo al redactor ella “se encuentra en la cama a sus 80 años convaleciente de una trombosis a la carótida sufrida hace cinco años”.25 Desde allí habla de Octavio Paz (“marcó mi vida y mi poesía”), de Simone de Beauvoir ("una gran mujer que hizo de la valentía todo un emblema y con la que tuve la suerte de encontrarme en el camino”) y del significado del galardón que recibía (“la enorme responsabilidad que me hacía sentir el nombre de Federico García Lorca”, “es un honor compartir el club de ganadores con Ángel González y con José Emilio Pacheco, dos enormes poetas”).

De todos modos, es justo señalar que en 2005 no faltó quien criticara a Casa de citas por publicar algo que sonaba a una Blanca Varela “sin filtros”, “sin editar”. El director de la revista, Fernando Toledo, ha dicho en 2020 que por entonces “muchas personas se sintieron afectadas. Que por qué se había entrevistado a Varela en ese estado de su enfermedad, que era apócrifa, en fin”.26 De otro lado, hay varios indicios que apuntan a que hay personas de su entorno que hubieran preferido que ella no declare. Ello, por supuesto, en el agresivo contexto del debate sobre el rol de la crítica y la obra de sus colegas poetas, y luego de la publicación de la entrevista, no antes (pues a las entusiastas entrevistadoras de Casa de Citas no se les impusieron filtros o advertencias para pasar dos jornadas completas de conversación con la poeta en su casa, en días distintos).

La idea de "repentinos desvaríos" llama la atención, porque además de ignorar la consistencia de las valoraciones que hace Varela (su voz autorizada en el tiempo en las letras peruanas), revelan una penosa ignorancia sobre cómo se expresan los síntomas de deterioro cognitivo en la vejez, en particular, en el curso de años de un cuadro neurodegenerativo. Como reacción a este estigma sobre la salud mental, mi interés es echar luz sobre la caracterización pública de la vejez femenina en un caso tan paradigmático como Blanca Varela, más que discutir la maledicencia de la poeta contra personas específicas. Finalmente, la animadversión -gratuita o justificada- no es ninguna novedad en las letras peruanas y, los adjetivos de Varela no destacan en particular si se les compara, por ejemplo, con el tono del enfrentamiento “andinos y criollos”, en el que ese mismo año participaron decenas de escritores, la mayoría de ellos varones.27 Adjetivos como pituco, huachafo, resentido, regio, bravucón, mediano o acusaciones de mafia, secta, argolla, camarilla, etcétera, circularon entre jóvenes, adultos y adultos mayores sin que entonces o ahora nadie sugiera que los términos hayan aflorado en algún cuadro de desinhibición debido a probables alteraciones mentales.

Quién le teme a Blanca Varela

Veamos cómo en la caracterización de la vejez femenina opera el estigma sobre el deterioro cognitivo o la salud mental. Su principal efecto es la desvalorización de la voz pública de la mujer en cuestión y su consecuente desautorización: en ese estado no se le puede tomar en serio. Este último asunto es clave. ¿Quién debe controlar lo que las viejas declaran? ¿Cuándo y cómo se decide que lo que nos dicen las viejas es “sabiduría” y “experiencia” y cuando “locura”? ¿Considerar alguien “en sus cabales” depende realmente de una honesta evaluación de lo que podrían ser signos de indefensión o pérdida de control sobre la imagen pública? En el caso que nos ocupa ¿cuáles son los signos de indefensión en la entrevista? ¿O es que acaso importan más las condenas y validaciones que se generan para decidir qué es desvarío y qué es mesura?. Bajo la apariencia piadosa del diagnóstico de salud mental, quizá no hay otra cosa que disgusto, o miedo, a lo que las viejas tienen para decir, o a lo que dejaron dicho y de lo que ya no van a retractarse -si es que quisieran hacerlo. Ese disgusto o ese miedo es proporcional al poder y el prestigio de las viejas, a su autoridad.

Considero que la generosa expresión de simpatía hacia las poetas de los 80, tanto como las antipatías expresadas por Varela, por ejemplo, no pueden aislarse de los debates del momento por entonces, un debate cuyo tono fue malamente establecido por los machirulismos. Sí, he dicho “machirulismos”, porque felizmente hoy tenemos esta palabra para reemplazar el equívoco “racismo de género” usado por las escritoras de 2005 en su Carta Abierta, una expresión imprecisa que mereció burla y que pronto sería respondida con términos igualmente desafortunados, como “nazi-feminismo” (el predecesor del actual “calla feminazi”).

Es más, en esa carta -ahora no faltará quien diga que a Varela le movieron la mano para que firme- se caracterizan las expresiones ligeras sobre la escritura de las mujeres como un intento de "mantener bajo control (...) la creación, la literatura, la poesía". Al parecer el intento de control denunciado en 2005 busca extenderse, en 2020, más allá de la muerte, a las opiniones de alguien de la talla cultural de Varela, reducida a vieja loca (son mis términos). Peor, quieren alcanzar de un salto a la Historia, al diluirse en ese argumento hechos del contexto más allá de la edad de la poeta: los posicionamientos sobre su propio quehacer frente al de sus colegas mujeres, su relación con los hombres, o sus opiniones poco complacientes sobre sus pares generacionales (es algo que ella hace en el curso de la conversación), tanto como el clima agresivo que percibían las autoras mujeres en el campo de la crítica en el tiempo en el que sale esa entrevista, y frente a lo cual Varela expresó una posición, aunque claramente ella no fuera la afectada. Sororidad, como dicen las chicas ahora.

NOTAS 

1. “Diálogo con Blanca Varela”. Casa de Citas, Nº . 1 (mar. 2005) p. 20-24. La entrevista la realizaron Olga Rodríguez, Luz Vargas y Claudia Arteaga. La edición estuvo a cargo del director de la revista, Fernando Toledo. http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/visor/BND:267669
 
2. Hueso Húmero Nº 45, diciembre de 2004. Gracias al Sistema de Bibliotecas de la UNMSM la colección de HH ahora se puede consultar en línea, al haberse digitalizado y archivado en PDF sus ejemplares impresos. 

3. Una columna de A. Oquendo del último trimestre de 2004 recapitula los medios en los que circulaban estas reflexiones: “El número 4 de Odumodneurtse, periódico de poesía, Caretas de la semana pasada y la reciente entrega de Quehacer”. Poesía en debate, Diario La República, septiembre de 2004.
 
4. Se trata de un pasaje en el que Lauer apunta: “una idea que me reconforta: del 2000 para aquí los nuevos poetas que me resultan más interesantes están presentando textos sobre todo acerca de la vida cotidiana, en oposición a íntima (...) Vida íntima incluye también a una collera de poetas culteranos, no hermanados por el estilo sino por el repertorio de los temas (…) Quizás la cosa cotidiana a la que me refiero comienza con la necesidad-de-decir-lo-que-no-se-debe-decir de cierta poesía femenina influida a su vez por los beats, por Elizabeth Bishop y otras mujeres-gárgola anglosajonas: Carmen Ollé, Giovanna Pollarollo, Rosella di Paolo, Doris Moromisato, Rocío Silva Santisteban, et al. La diferencia en los textos post-2000 es que hay una suerte de recuperación del tono juvenil, un tipo de pudor que la generación del 60 y la femenina de los 70/80 parecían haber matado para siempre”. Aquí, se puede consultar el diálogo íntegro. 

5. Una crítica documentada de este y otros discursos similares en ese período es materia de la tesis de Bethsabé Huamán, “Más que cuerpo, más que poesía. Crítica literaria, género y poder: Roco Silva Santisteban y Coral Bracho” 2007. Tesis para obtener el título de Maestría en Estudios de Género por El Colegio de México.
 
6. Las firmantes: Rossella Di Paolo, Carmen Ollé, Giovanna Pollarolo, Rocío Silva Santisteban, Blanca Varela, Susana Reisz, Francesca Denegri, Patricia Alba, Magdalena Chocano, Doris Moromisato, Cecilia Bustamante, Rosina Valcárcel, Ana María Gazzolo, Inés Cook, Pilar Dughi, Mariela Dreyfus, Tatiana Berger, Victoria Guerrero, Ericka Ghersi, Roxana Crisólogo, Patricia De Souza, Marcela Robles, Carolina O. Fernández, Gloria Mendoza B., Esther Castañeda, Yolanda Westphalen R., Grecia Cáceres, Gaby Cevasco, Rocío Castro M., Violeta Barrientos, Doris Bayly, Elba Luján, Sui-Yun (Katie Wong Loo de Geitz), Ana Luisa Soriano, May Rivas de la Vega, Bethsabé Huamán, Rosario León R., Irma del Águila, Leda Quintana R., Irene Cabrejos, María Elisheba Fuenzalida.
 
7. La carta puede leerse completa acá: http://www.idl.org.pe/idlrev/revistas/171/Rocio%20silva.pdf
 
8. En 1997 le dice a Víctor Rodríguez Núñez: “Lo más interesante en estos momentos allí es la promoción de mujeres poetas. Algunos nombres: Carmen Ollé, Giovanna Pollarolo, Rocío Silva Santisteban, Patricia Alba, Magdalena Chocano. La mayor es la Ollé, que tiene 40 años; las demás andan por los 20, los 25. Ellas hacen una poesía muy erótica…”. Blanca Varela: “La poesía ya no es una dama burguesa”. En: Vallejo & Co. Rescate de la publicación original en Inti. Revista de literatura hispánica, N° 46/47, 1997-1998, pp. 285-292.
 
9. Ideele, Revista del Instituto de Defensa Legal. Nº 171. Junio de 2005. http://www.idl.org.pe/idlrev/revistas/171/sumario.htm
 
10. Al respecto, es sintomático el texto de Yolanda Westphalen “La poética del cuerpo y de la calle”, publicado en Odumodneurtse, que abre reparando en “una polémica danza de reivindicaciones, aprecios, suspicaces miradas y ninguneos” sobre la poesía escrita por mujeres y concluye advirtiendo la persistencia de “voces de un sector de mujeres que desde las poéticas del cuerpo y de la calle buscan ampliar las fronteras discursivas y no el reconocimiento o la inclusión en el canon con una etiqueta estandarizada que reduce la dimensión y carga semántica de su poesía para ningunearla. El trabajo de descubrir ese coro polifónico, estridente, descompasado e inarmónico de nuestra heterogeneidad discursiva es un reto crítico colectivo”. Odumodneurtse. Revista de Poesía. Año 2, Nº 4, 2004. Otro texto relevante para la discusión fue “Las aristas del género: discursos de género y poesía en la mujer peruana contemporánea y finisecular (1989-2004)”, de Alberto Valdivia Baselli, publicada en Ajos & Zafiros Nº 6, 2004.
 
11. “Blanca Varela. La fascinación por lo maravilloso”. Entrevista con Roland Forgues. Palabra Viva IV. Ed. El Quijote, 1991. Si bien se publicó en 1991, el diálogo pertenece a un conjunto registrado hasta 1988.
 
12. Sobre este punto, ver el apunte hecho por el Comando Plath sobre las dimensiones de la experiencia femenina en la poesía de Varela que son mejor valoradas ahora: “la maternidad animal y desmitificadora, la neurosis entre la individualidad y sus necesidades y las del hijo (...)tal vez por el registro existencialista y los tropos, estas ataduras materiales y este cuerpo poético/político se leyó y quedó inscrito como “universal” y no como femenino". En: “No les gusta la irreverencia si viene de nosotras”. Entrevista con el Comando Plath. Pesapalabra, boletín de poesía y crítica. Nº 5. Noviembre de 2019.
 
13. Carmen Ollé, al razonar sobre su propia “poesía existencial a partir del cuerpo”, señala: “la tesis es peligrosa: poesía femenina, igual a poesía erótica, igual a poesía menor. Las razones de este equívoco podrían enumerarse del siguiente modo: porque esta poesía habla del cuerpo, o porque habla de su deseo, o porque lo hace también del amado, o se refiere al sexo. Y la que no desarrolla estos asuntos no hace erotismo, hace metafísica”. “Poetas peruanas: ¿Es lacerante la ironía?”. En: Márgenes Nº 12, pp. 11-25. 1994 

14. Su tesis de licenciatura en Literatura por San Marcos (2003) está dedicada al análisis de “Valses y otras falsas confesiones”; Huamán es también una de las tres editoras de “Esta mística de decir cosas sucias. Ensayos en torno a la obra de Carmen Ollé” (2016).
 
15. Ver nota 5
 
16. De hecho, en 2005 en el medio literario local tendría espacio una polémica de interés, pero que adquirió rápidamente tonos violentos: andinos vs. criollos, a raíz del Congreso Internacional de Narrativa Peruana ese año en Madrid. Una reunión de textos en el marco de este intercambio pueden revisarse acá https://www.omni-bus.com/congreso/debate/indicedebate.html
 
17. “A PROPÓSITO DE UN REFRITO DE BLANCA VARELA DEL 2005”, 14-07-20, 15:35 https://www.facebook.com/joseantonio.mazzotti.7/posts/746614586142512
 
18. El cambio de “desvaríos” a “estupideces” ocurre en el curso del altercado con un comentarista de su publicación original.
 
19. Ambos comentarios son en contextos de homenaje. Uno, en 2007, a propósito del Premio Reina Sofía, que de acuerdo a MVLL llegó “justamente cuando [ella ya] no está en condiciones de saberlo, pues se halla retirada”. “Elogio de Blanca Varela” Diario El País. Mayo de 2007. El otro es de 2014, al presentar la edición póstuma de Puerto Supe en Lima. 

20. Un diálogo pleno de anécdotas privadas es el que sostiene con Yolanda Payin, “Encuentro con Blanca Varela”. Ver en: http://notaszonadenoticas.blogspot.com/2007/10/encuentro-con-blanca-varela.html. De otro lado, una de sus entrevistas más políticas, fue con Abelardo Sánchez, justo antes de la muerte de Lorenzo De Szyszlo, trágico hecho que la apartaría de la escena pública por unos años. “Fuera de la poesía, todo es caos. Entrevista con Blanca Varela”. Quehacer Nº 99 ene-feb 1996.
 
21. “La poesía es lo más gratuito que hay en el individuo. Porque, ¿qué esperas cuando escribes poesía? Nada. Salvo que escribas una poesía para trepar, que la hay, para ascender social o políticamente”. "Hay que vivir como si fuera el día definitivo. Una entrevista con Blanca Varela". En: Quehacer Nº 118, may-jun 1999.
 
22. En más de una oportunidad, Varela dijo no ser feminista. Aislado, ese comentario puede ser entendido como expresión de distanciamiento, pero si uno atiende a sus declaraciones y a su participación en iniciativas locales de ese sector, podría decirse que se trata más bien de una actitud de acercamiento respetuoso a procesos en los que vitalmente no participó. Por ejemplo: “Creo que el feminismo ha sido una corriente muy importante porque ha incorporado al mundo, a la sociedad, a la historia a un grupo completamente de guetos, las mujeres éramos un gueto. ¿Por qué no salir?, ¿por qué no sacar la cara?” En: “Esto es lo que me ha tocado vivir” Entrevista Con Rosina Valcárcel. La casa de cartón 1996- 1997 Segunda Época Nº10. Otro ejemplo: “Yo soy una mujer solitaria dentro del panorama de la poesía peruana. Como era una especie de lunar dentro de mi generación, siempre he sido muy bien tratada. En honor a la verdad, eso se debe también a que he sido discreta, para nada agresiva… Tengo mucha simpatía por el feminismo, mucho respeto por él, es algo que tenía que venir, que debía suceder… Pero no soy una feminista activa, porque jamás me sentí en un plano de inferioridad. Me sentí, en cambio, en un plano de no competencia”. Blanca Varela: “La poesía ya no es una dama burguesa. En: Vallejo & Co. Rescate de la publicación original en Inti. Revista de literatura hispánica, N° 46/47, en los años 1997-1998, pp. 285-292.
 
23. Eduardo Chirinos (1960-2016) poeta y profesor universitario, es aludido por Varela con los mismos términos usados contra Mazzotti, en el mismo pasaje.
 
24. Valverde, Fernando. “Octavio Paz marcó mi vida y mi poesía” El País, 12.10.06
 
25. Una “primera trombosis a la carótida” sufrida por Varela es fechada por Podestá en 1998, esto es, cuando la poeta tenía 72 años, un año antes de la publicación de su penúltimo poemario, el celebrado Concierto animal. Ver: Podestá, Cecilia. Blanca Varela. Poeta de la Generación del 50. MML, 2018., p 55.
 
26. Ver su blog La sordera se contagia https://lasorderasecontagia.wordpress.com/2020/07/14/la-ultima-y-graciosa-y-sacaroncha-entrevista-a-blanca-varela/
 
27. Ver nota 16.




1 comment:

  1. Sostenida y clara su posición. Valgan verdades, duele leer comentarios tan desatinados de una poeta tan representativa. Pero, bueno, no siempre hay articulación entre la altura poética y la altura ética. Saludos de un cholo poeta que aspita a cosas que sí le corresponden.

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